¿Se han imaginado alguna vez que exista un camino hacia la felicidad? Yo me lo imagino así.
El camino a la felicidad se indica claramente. De hecho, existen letreros que muestran por dónde está el camino.
El camino a la felicidad es como el dicho sobre cómo llegar a Roma: no existe un único camino.
El camino a la felicidad no es pavimentado, es de ripio suelto y polvoriento. Es más, el límite de velocidad es menor que en ciudad aunque sólo como recomendación. Si alguien quiere ir más rápido es bajo su responsabilidad, pero es bien conocido que a paso veloz el trompo es inminente.
El camino a la felicidad es de ambos sentidos, se puede ir como se puede volver. Se está permitido adelantar por el carril contrario, pero con precaución porque del otro lado el flujo vehicular es tanto o mayor.
El camino a la felicidad está lleno de hermosos paisajes y colores. El espectáculo es impresionante. Es mejor ir de copiloto para ir admirando hasta el más mínimo detalle, ya que cualquier descuido significa perderse de un deslumbrante espectáculo irrepetible.
El camino a la felicidad está lleno de letreros de precaución, y aunque son visibles y obvios para todos, se sabe que no se les presta atención. Las razones son variadas.
Por último, el camino a la felicidad no tiene fin, es eterno, de largo infinito; nunca se llega a la felicidad, esa idealista y perfecta que aparece definida en diccionarios y libros. Mientras se viaja hacia la felicidad, se viven momentos de felicidad, los cuales son breves, importantes, imborrables. Pero también de los otros momentos, de esos no tan felices.
Por eso digo que, según como yo me lo imagino, no existe destino alcanzable en el camino a la felicidad, sino que la vida es un constante viaje donde se van sucediendo buenos y no tan buenos momentos. Sin duda, un viaje que vale la pena recorrer.
¿Y tú? ¿Cómo te imaginas el camino a la felicidad?

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